Siempre lo he dicho, mi ingreso en el mundo de la
restauración fue a través de una necesidad. La necesidad de encontrar a un
técnico que solucione problemas en electricidad, mecánica y acabados en color y
hasta orfebrería. Pero cuando uno no encuentra quien soluciones las cosas, al
final uno las termina solucionando. Fue así que a través de un hobby basada en
el coleccionismo de antigüedades recorrí innumerables talleres y técnicos y
poco a poco me encontré con el mediocrismos. En Lima le llaman “la criollada”,
el hacerse al vivo, técnicos que ofrecen servicios a medias, o mal hechos, en
donde se desligan de cualquier responsabilidad, incluso se hacen de rogar si
uno los vuelve a necesitar. Definitivamente
su visión sobre la conservación de clientes es deteriorada. Ven al cliente como
alguien que llegó a su taller y cuando se vaya no lo volverán a ver más, no veo
otra explicación. Pero después de
tantos años de tanto buscar y hacer las cosas hoy me encuentro con tal base de conocimientos
que he logrado solucionar una amplia gama de artículos. Artículos que casi
nadie en Lima se atrevería a tocarlos. Y el tiempo por fin me hizo llegar a técnicos, que si los llamo a las 10 de la noche porque tengo un proyecto pendiente, al día
siguiente a primera hora están en la puerta de mi taller. Llegar a esta clase
de profesionales me tomó años. Este recurso humano no abunda en Lima.
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